martes, septiembre 26, 2006

El México escindido y los espectros de 1988

Fernando Belaunzarán
Memoria
Agosto de 2006
Los saldos inmediatos y evidentes de la primera elección ideológica del pluripartidismo mexicano son la división, el encono, la crispación, la desconfianza absoluta, la rabia apenas contenida. Los campos de la izquierda y la derecha han quedado nítidamente diferenciados, no sólo en la geografía electoral que muestra el norte prácticamente azul frente al sur casi amarillo, sino también en el inocultable voto de clase que preponderó en gran parte del territorio nacional.
Para colmo de males, el resultado electoral es severamente cuestionado, pues la certeza del mismo se perdió junto con la imparcialidad del árbitro. El IFE se olvidó, inclusive, de guardar las formas y se ha convertido en ariete mediático al servicio del candidato de la derecha. Claro, después de haberle operado un “triunfo” nebuloso y evitando que éste pudiera ser verificado. Así que, si de por sí es difícil cerrar brechas y tender puentes después de una campaña con dados cargados, en la que se echó mano de todo para favorecer a uno y detener al otro, resultará imposible hacerlo si no se establece con transparencia y objetividad al ganador de los comicios.
El peor error que se puede cometer es pensar que esta aguda escisión mexicana deviene, únicamente, del conflicto dentro de la clase política por el poder y no ver el proceso de fermentación del hartazgo, sobretodo en amplias capas de la población con menores ingresos, ni la maduración subjetiva de la inconformidad con los múltiples y lacerantes agravios que este país, con la desigualdad con la que vivimos, genera a raudales. El respaldo fervoroso de millones de personas -fundamentalmente de las clases bajas, que ha resistido múltiples y duras pruebas en los últimos años-, a Andrés Manuel López Obrador, es también síntoma de esa situación, del momento social crítico que se vive abajo. Sin duda, aquí hay un paralelismo -que por desgracia no es el único- con 1988.
La coalición de poderosos, que convergió para cerrarle el paso a López Obrador, lleva ahora a las buenas conciencias,mediante los medios de comunicación, a escandalizarse por los efectos de un ambiente que ellos mismos crearon. Después de echarle leña al fuego, estigmatizar al adversario y hacer uso de todas las trampas que se les ocurrieron, ahora presionan para que el objeto de sus ataques agache la cabeza, se resigne a una derrota por decreto y meta a sus seguidores a sus casas. Quieren que tras ser burlado se dirija obediente e inofensivo al cadalso y con él la enorme fuerza política que hoy representa. Porque a ellos les gusta la izquierda, la lucen, alardean de su convivencia con ella, aceptan la justeza de sus preocupaciones y se dan el lujo de hacerle “concesiones”, siempre y cuando ésta no tenga ninguna posibilidad de ganar, es decir, que no les pueda disputar realmente el poder. Si ocurre lo contrario ya sabemos que no escatimarán denuestos, insultos, descalificaciones, mentiras, ataques, persecuciones, hostigamiento y represión contra los enemigos de su mundo feliz. Si imponen a Calderón lo que viene no es la convivencia, sino la continuación de la ofensiva de Estado para reducir a la fuerza que osó pelearles en serio la conducción del país. En eso y en que ya está lista -gracias a la alquimia electoral- la izquierda buena, es decir, la que es débil y cooperativa, también se reconoce al mítico y, según se decía, irrepetible 1988. Además, los mensajes que manda Felipe Calderón indican que quiere recorrer el sendero que Carlos Salinas caminó tras su traumática “elección”: cooptar a través del presupuesto, cargos públicos y favores a partidos, gobernantes, dirigentes, intelectuales y personajes para alinearlos y aislar a su adversario; implementar agresivos programas sociales para menguarle sus bases y quitarle banderas. Estrategia de Estado que durante ese sexenio se practicó contra la opción de izquierda, que 18 años después vuelve a pelear seriamente por la Presidencia de la República. Por supuesto, falta que Calderón pueda -empezando por ceñirse la banda presidencial.
La operación de Estado para impedir el triunfo de Andrés Manuel López Obrador e imponer al frente del gobierno federal a un amanuense de los grupos de poder dominantes aún no se consuma. Los costos de hacerlo serían inciertos y nada garantiza que la historia se repetiría. Ahora hay una mayor organización que entonces, hay experiencia acumulada y se han abierto espacios que no pueden ser cerrados por la simple vocación autoritaria de los principales detentadores del poder político. Baste mencionar que en la capital de la república AMLO obtuvo casi tres millones de votos y allí el PRD gobierna la ciudad y catorce de dieciséis jefaturas delegacionales. Estamos hablando del centro neurálgico del país y sería temerario retar frontalmente al corazón del lopezobradorismo, pues una crisis en la Ciudad de México es una crisis nacional.
Es verdad que es factible un frente común de partidos, organizaciones empresariales, sindicatos oficiales, actores y actrices, futbolistas, etcétera, para sostener a Calderón y darle un aura mediática de legitimidad, pero el problema que tienen es que el conflicto está abajo. La experiencia reciente indica que buena parte de la fuerza social de López Obrador está blindada y no ha disminuido, a pesar de los obuses de histeria y miedo que la televisión y la radio disparan en todo momento contra el ex jefe de gobierno desde hace años. Debe ser desesperante e inconcebible para Televisa constatar que la popularidad de un político puede prescindir de dicha empresa y, peor aún, mantenerse también a pesar de ésta. Quizá sea esta también una razón, junto a los evidentes intereses económicos y políticos, que explique la inquina mal disimulada que la televisora le tiene al tabasqueño.
Corresponde al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación darle una salida a esa enorme fuerza, mejor organizada y con mejores condiciones de resistencia que 1988. Para hacerlo no tiene que desapegarse en lo más mínimo de la ley que lo obliga ni otorgar alguna ventaja indebida. Simplemente tiene que ordenar que se cuente de nuevo y garantizar que se haga bien. Con eso es suficiente. Difícil encontrar una medida más mesurada, ecuánime, prudente y serena -no está de más recordar que esos atributos corresponden a la sofrosyne, máxima virtud política para los griegos- en el actual contexto. Una demanda por demás moderada, si se toma en cuenta lo que ha sido el proceso en su conjunto y la cantidad de agravios cometidos contra la izquierda y su candidato en esta contienda sucia e inequitativa en demasía. Proporcionar certeza para que se acepte el resultado es un razonamiento de elemental sentido común frente a una elección competida. Sin embargo, resulta esquizofrénico el comportamiento de numerosos medios de comunicación, que ven en ella una proposición insurreccional y exigen a AMLO actuar con responsabilidad y mesura, mientras practican una obscena competición de desgarramiento de vestiduras y denuestos morales hacia quien, simplemente, está pidiendo una verificación del resultado. Para ellos, lo único política y moralmente aceptable es asumir la teología institucional que exige no dudar de la infalibilidad del IFE.
Ahora bien, contar voto por voto y casilla por casilla para establecer al vencedor de la contienda electoral no dota de equidad al proceso ni lo limpia de la suciedad que la campaña de histeria y miedo de la derecha le impregnaron ni provoca una mágica reconciliación nacional; pero el desentrañar la verdad de las urnas, en la medida de lo que hoy es posible, es un imperativo político, social y moral. La estabilidad y gobernabilidad del país dependen de que se establezca esa verdad; ésta no resuelve el problema complejo del México escindido, pero es condición de posibilidad, el paso indispensable para que se pueda avanzar en esa dirección. De lo contrario, la regresión autoritaria se habría consumado, el cinismo del que cree que todo se vale para ganar se instalaría como el nuevo catecismo político y el espectro del salinato que nos está rondando tomaría cuerpo.
Lo que está en juego, pues, no es sólo el signo del gobierno durante los próximos seis años, que no es poca cosa, sino también la calidad de la democracia con la que en el futuro se disputará el rumbo de la nación. Estamos en un punto de quiebre. De por sí, esta elección significó un evidente retroceso con respecto a la de 2000. La intervención del presidente; el proselitismo ilegal de organismos privados por medio de spots y coaccionando a sus empleados; la inoculación de odio y miedo en los ciudadanos; la utilización electoral, sin ningún pudor, de programas sociales gubernamentales; la difamación injusta y mentirosa a la Ciudad de México y, por supuesto, la conformación y actuación del IFE marcaron desfavorablemente el conjunto del proceso. De cómo se resuelva el conflicto postelectoral dependerá la definición que tome la democracia mexicana frente a la disyuntiva de ser un mecanismo restrictivo al alcance del poder y del dinero o la genuina disputa de proyectos alternativos que respondan a distintas fuerzas sociales, es decir, se definirá si habrá en el país democracia electoral o no.
El espectro de 1988, que cada vez se vislumbra con mayor claridad, es el del fraude electoral. Desde el momento de la integración del actual Consejo General del IFE se puede constatar la descomposición del organismo encargado de organizar los comicios con imparcialidad, transparencia y certeza. Mediante “plancha” se consumó el vil reparto de cuotas entre el PAN, PRI y PVEM, que significo la elección de los nuevos consejeros por parte de la Cámara de Diputados, a diferencia del anterior, que había sido por consenso y en donde cada partido contó con la posibilidad de veto para garantizar buen perfil en el órgano electoral. Por cierto, el consejero presidente del IFE fue puesto por Elba Esther Gordillo, pues era la coordinadora de la bancada más grande y le correspondía. La renovación de toda la estructura estuvo a cargo de Arturo Sánchez, consejero propuesto y muy cercano al PAN. De la elección de 2003 a la de 2006 cambiaron consejeros locales y distritales, así como vocales ejecutivos en un porcentaje superior al 85 por ciento. De una elección a otra, el IFE cambió de piel casi en su totalidad de arriba a abajo. Casi la cuarta parte de los funcionarios de casilla originalmente capacitados fueron sustituidos por personas designadas por la nomenclatura del instituto, 25 mil 737 de ellos el mismo día de la jornada electoral (Proceso No. 1550). Si a eso le agregamos la deficiente cobertura de casillas por la Coalición Por el Bien de Todos se explica perfectamente la desconfianza razonable y fundada que existe sobre los resultados oficiales, misma que se alimenta con las anomalías documentadas, de mayor o menor grado, en aproximadamente el 60 por ciento de las actas.
¿Por qué Felipe Calderón no acepta el conteo voto por voto? Si él ganara el recuento saldría fortalecido, acrecentaría su legitimidad cada vez más cuestionada; además exhibiría al adversario, que casi lo empata, como falaz y caprichoso y salvaría al IFE del desprestigio. Ese sería su escenario ideal para iniciar su gobierno y, sin embargo, se niega rotundamente a él. La única respuesta que encuentro es que, en el mejor de los casos, no está seguro de su triunfo. No quiere que se abran los paquetes porque sabe que perdió o porque no sabe si ganó.
Con independencia del desenlace electoral existe un descontento efervescente en el país, que puede organizarse y ayudar a dar un salto cualitativo hacia adelante en la izquierda social y partidista. En ese aspecto se está en mejores condiciones de hacerlo que en 1988. La organización que se construyó como resultado de aquella irrupción cardenista -tan lejana de lo que nos gustaría que fuera- está en todo el país y cuenta con una experiencia acumulada importante e instrumentos y trincheras para dar la batalla en condiciones más propicias. El rumbo del país se define en las urnas, pero no solamente. La fuerza social de la izquierda tendrá que echarse a andar al tope de sus posibilidades para cambiar al país y hacerlo más justo, libre, democrático; para ganar elecciones, pero también para ganar conciencias y que éstas se pongan a andar. Sólo así la izquierda podrá responder en condiciones favorables al México escindido y establecer sus prioridades en la agenda del reencuentro, es decir, en la construcción del nuevo régimen político y los compromisos del nuevo Estado con el conjunto de la sociedad, pero primero (con) los pobres.

1 comentario:

Anónimo dijo...

.......Por supuesto, falta que Calderón pueda -empezando por ceñirse la banda presidencial---------Falta que lo dejemos