jueves, junio 22, 2006

El mito del libre comercio

Los párrafos que presento a continuación fueron transcritos de “El mito del libre comercio”, libro del economista norteamericano Ravi Batra publicado en 1993 en inglés y traducido al español y actualizado en 1994. Como Batra hace una comparación histórica entre las experiencias de diferentes países y épocas con el libre comercio, los datos mostrados continúan siendo dignos de nuestra atención. Ofrezco una selección de aquellas partes del texto más relacionadas con la evolución de México, ya que el libro originalmente se dirige al público norteamericano. Mi ejemplar pertenece a la colección Bussiness Class de la Editorial Javier Vergara, Argentina, 1994; ignoro si hay ediciones posteriores.
¿Qué de interesante tiene la lectura de este libro? Justificaré mi decisión de transcribirlo: la política económica del PAN y de los últimos sexenios del PRI ha sido favorable al libre comercio. Sabiendo de la experiencia sufrida por otros países, estoy seguro de que la liberalización comercial terminará perjudicando a México. Aun cuando el PRD se opuso en los 90s a la firma del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, actualmente, por los convenios celebrados, no disponemos sino de un estrecho margen de maniobrabilidad; sin embargo, la sociedad organizada debería llamar la atención del próximo presidente para obligarlo a impulsar una estrategia de desarrollo basado en la industria, que es la actividad económica auténticamente generadora de productividad. No podremos seguir por mucho tiempo sosteniendo una economía basada en los servicios, como la que ha promovido y sigue promoviendo el PAN.

Batra cita en uno de sus párrafos al “economista mexicano Rogelio Ramírez”; ¿se referirá a Rogelio Ramírez de la O, asesor de Andrés Manuel López Obrador para asuntos económicos?

Del prólogo a la edición en español
El punto de vista tradicional considera el comercio libre como el leitmotiv de la política económica. Esta idea ha llegado a ser casi un dogma para los economistas, hasta tal punto que cualquiera que la cuestione se expone al ridículo. En este libro sostengo que la industria, y no el comercio, es la principal fuente de prosperidad, toda vez que, en la mayor parte de las naciones, el sector industrial paga los más altos salarios a sus empleados. Por consiguiente, el comercio exterior beneficia a aquellas naciones que exportan principalmente bienes industriales, y perjudica a los países que son mayormente importadores de manufacturas.
Si bien la historia confirma mi punto de vista, he demostrado que el comercio libre ha perjudicado seriamente a las economías de las principales naciones angloparlantes, como Estados Unidos, Canadá, y Australia. Estos países exportan bienes de bajos costes salariales, como los productos agrícolas, los minerales, y los servicios, e importan bienes de altos costes industriales. Sus índices de crecimiento han declinado, con un comercio creciente estimulado por la reducción de los aranceles sobre los bienes extranjeros.
¿Qué pasa con las economías de América Latina, que también es un importador de bienes manufacturados y un exportador de materias primas? En este sentido, me he concentrado en un solo país hispanoparlante, específicamente México, porque ha estado comprometido en un encendido debate sobre los méritos del Tratado de Libre Comercio (NAFTA), que tuvo lugar en Estados Unidos en 1993. El NAFTA entró en vigor el 1º de enero de 1994; hoy se habla incluso de otras naciones latinoamericanas que se incorporarían a este acuerdo. Pareciera ser que Argentina, Chile, Brasil y Venezuela estarían dispuestas a abrir sus economías a Estados Unidos e integrar un único mercado común para las Américas. El propósito de este prefacio es poner sobre aviso a estas y otras naciones que parecen no haberse percatado de la desafortunada experiencia de México con el comercio exterior.
México creció a ritmo acelerado entre 1940 y 1970, cuando su economía tenía muy altos aranceles, y se convirtió en una nación endeudada cuando entabló relaciones con los bancos norteamericanos en la década de los setenta. El resultado final fue una hiperinflación y una declinación del nivel de vida. Después de 1985, comenzó a abrir su economía a la competencia extranjera, pero aún disfruta del alto nivel de crecimiento que generaron las políticas proteccionistas aplicadas antes de 1970. (...)
(Después de examinar los casos de Argentina, Brasil y Chile, Batra analiza la experiencia de España, que reproduzco por ser el apartado más breve del prefacio y por lo contundente de sus frases)
España
España no es una nación con las mismas características de los países latinoamericanos, pero su experiencia con el comercio exterior es semejante a la de América Latina. De 1965 a 1985, el porcentaje del comercio en España aumentó firmemente, pero del mismo modo disminuyó su índice de crecimiento. Esto parece casi increíble. En 1965, el porcentaje del comercio era solamente de un 19%, pero el crecimiento del PBI había alcanzado el 8%. Hacia 1985, el porcentaje del comercio había trepado hasta el 44%, pero el índice de crecimiento cayó hasta apenas un 1,4%. Cuando el porcentaje del comercio disminuyó hacia 1990, el índice de crecimiento alcanzó un respetable 4,9%, solamente para volver a caer con el incremento del comercio.
¿Qué más pruebas se necesitan? Es evidente que el comercio siempre perjudica a las naciones que son importadoras de manufacturas, es decir las que importan más bienes industriales de los que exportan.
(...)
La competencia interna versus la competencia externa
Hay otro motivo por el cual el comercio exterior ha socavado las principales economías de América Latina. Antes de 1970, estos países casi no tenían deuda externa. Sin embargo, en 1991 Brasil tenía una deuda externa de 117.000 millones de dólares, seguido por México con 112.000 millones, Argentina con 64.000 millones, Venezuela con 34.000 millones, y Chile con 18.000 millones. ¿Qué es lo que significó esta deuda? ¿Por lo general un más bajo crecimiento, y un empobrecimiento de las masas?
América Latina no puede liberarse de su deuda, quizá para siempre. La región ya ha pagado miles de millones de dólares a los bancos acreedores del extranjero, pero la deuda continúa en aumento. El efecto más destructivo de la deuda es que ha dado origen a los monopolios industriales locales. Aquellas compañías que han estado en condiciones de obtener amplios créditos de los bancos extranjeros, han adquirido otras empresas, o provocado su bancarrota. El surgimiento de estos monopolios en México, Brasil, Argentina y Venezuela ha reprimido la innovación, ha producido ineficiencia en la producción, y ha hecho declinar los salarios reales. El resultado ha sido que las economías que experimentaron un alto crecimiento en los años sesenta llegaron a ser naciones de bajo crecimiento en las décadas de los setenta y ochenta.
De acuerdo con los economistas tradicionales, la respuesta a la depredación de los monopolios locales es el comercio libre, que expone a los productores a la competencia extranjera. Pero esta competencia puede aniquilar a muchas industrias locales. Una mejor respuesta, respaldada por la experiencia histórica de todas las naciones desarrolladas, es la competencia interna.
(...) la competencia interna es más positiva que la competencia externa. La verdadera solución al problema de la pobreza en América Latina estriba en la disolución de los monopolios locales, no en exponer a las industrias a los predadores extranjeros a través del comercio libre. Eso les permitirá retomar el alto crecimiento de la década de los sesenta.

De la introducción
Desde la Segunda Guerra Mundial, los economistas, así como los sucesivos gobiernos norteamericanos, han proclamado las ventajas del comercio libre. Las diferentes administraciones, tanto demócratas como republicanas, han promovido la política de no interferencia en el comercio exterior. En forma gradual pero con firmeza, se han ido eliminando la mayor parte de las barreras comerciales, y hoy la dependencia de Estados Unidos respecto del comercio internacional, particularmente de las importaciones, es la mayor de su historia.
La idea del comercio libre se ha convertido en un mito. Abogar por la no intervención es estar con el progreso, la prosperidad y la paz; lo contrario significa desafiar a Wall Street, provocar la ira de los economistas, de los analistas políticos y de gran parte de la prensa. Los baby boomers (adultos nacidos durante el boom de natalidad en la posguerra) se educaron de acuerdo con los preceptos del comercio libre. De hecho, la idea hoy se acepta como un dogma económico en todo el mundo.
En una economía mundial cada vez más interrelacionada a través de satélites y corporaciones multinacionales, el comercio internacional sin duda merece la atención que se le dispensa. Influye en todos los aspectos de nuestra vida. Hoy los norteamericanos se gratifican con los productos de Sony, Toyota, BMW y Armani, entre otras incontables marcas provenientes del extranjero. Del mismo modo, los ciudadanos de otras naciones hacen uso de los Boeings y Cadillacs, entre otros bienes exportados por Estados Unidos. Reiteradas veces se ha podido paliar el hambre y la escasez en el mundo gracias a la pródiga agricultura norteamericana. De esta manera, merced a las políticas de libre comercio promovidas por Estados Unidos en la posguerra, el comercio internacional desempeña un papel fundamental en la economía mundial.
El ampliamente publicitado Acuerdo Norteamericano de Comercio Libre (NAFTA), suscrito por Canadá, México y Estados Unidos en agosto de 1992, es tan sólo la más reciente expresión de la no intervención. El NAFTA pretende eliminar los obstáculos para la inversión y el comercio entre los países signatarios (...).
El concepto opuesto al de libre comercio es el proteccionismo, según el cual las industrias nacionales deben ser protegidas de la competencia extranjera a través de una serie de barreras, tales como los aranceles y los cupos de importación. Durante largo tiempo los economistas han denunciado el proteccionismo como una política errónea desprovista de lógica y de sentido común. Los proteccionistas han sido proclamados defensores de unos pocos intereses creados que comprometen el interés más amplio de la nación. Incluso algunos critican severamente el proteccionismo como aislacionista e inmoral, y aducen que fomenta los monopolios y la negligencia de los trabajadores sindicalizados.
(...) En líneas generales, los economistas proclaman la liberalización, pero hacen caso omiso de los costes que ello representa en materia de despidos, rebajas salariales y deterioro del medio ambiente (...).
(...) En síntesis, mi tesis es la siguiente:
La experiencia de la mayoría de las naciones muestra que la prosperidad estriba en el crecimiento de la industria antes que en el de la agricultura y los servicios. Esto es así porque la industria tiene una productividad laboral mucho más alta que la de los otros sectores, por lo cual sus salarios suelen ser un 150 o un 200 por ciento más elevados. Cuando la liberalización del comercio promueve la industria, eleva la productividad en su conjunto, así como el nivel de vida; pero cuando promueve los servicios a expensas de la industria, la productividad y los ingresos reales disminuyen.
La industria, y no el comercio, es la principal fuente de prosperidad. La historia reciente y pasada lo confirma de manera terminante. Es evidente que desde la década de los setenta, los servicios han sobrepasado a la industria dentro de los Estados Unidos. Como consecuencia de ello, el panorama económico en su conjunto ha sufrido una profunda transformación. La liberalización del comercio ha resultado ser la causa principal de esta transformación que no tiene precedentes en la historia norteamericana.
En la actualidad, sólo el 17 por ciento de la fuerza laboral trabaja en el sector industrial, el resto está empleada en el agro y los servicios. Por lo tanto, no es para sorprenderse que los salarios ajustados de acuerdo con la inflación hayan descendido un 19 por ciento desde 1972, mientras el volumen del comercio se ha duplicado y los aranceles han disminuido al 5 por ciento. En el comercio minorista, los ingresos reales, netos de impuestos, son comparables a los del período de la Gran Depresión.
A partir de la década de los setenta, las importaciones de bajo precio producidas por operarios extranjeros, que a veces trabajan por unas monedas diarias, han perjudicado e incluso exterminado a muchas industrias norteamericanas, mientras los gobernantes, tanto los demócratas como los republicanos, han permanecido indiferentes. Es un secreto a voces que las empresas nacionales que producen acero, cámaras fotográficas, televisores, reproductores de vídeo, calzado y productos textiles, entre muchos otros bienes, han sido puestas en jaque por las importaciones de Japón, Taiwán, Corea, Singapur, China y Hong Kong. Y a pesar del perjuicio que ello causa en los sectores más pobres o desocupados de la población, el flujo de las importaciones continúa creciendo a un ritmo alarmante.
De persistir la tendencia, a fin de esta década la industria norteamericana del automóvil estará casi extinguida; las industrias farmacéuticas, de la computación y de máquinas herramientas podrían seguir el mismo destino. La razón principal es que cuando la mano de obra extranjera resulta tan barata, Estados Unidos no puede competir con los productos importados, con independencia de la superioridad tecnológica norteamericana. La liberalización del comercio ha logrado lo que Hitler y el imperio japonés no pudieron hacer durante la guerra.
¿Por qué, a pesar de esta inequívoca tendencia, ha adquirido tanta popularidad el comercio libre y se ha desacreditado tanto al proteccionismo? Estados Unidos atraviesa en estos momentos la más prolongada recesión desde la guerra. Sin embargo, la corriente proteccionista, que habitualmente prospera en los momentos difíciles, ha encontrado escaso apoyo político o teórico. ¿Por qué, a pesar de las desoladoras perspectivas de la industria, los proteccionistas tienen tan poco que ofrecer en materia de legislación a fin de impedir el torrente de importaciones? Esto sucede porque no han desarrollado una acción coherente. Han favorecido siempre lo que se podría denominar un “proteccionismo monopolista”, lo cual significa proteger las industrias locales sin alterar su estructura monopólica. Tampoco han logrado demostrar el impacto destructivo de las crecientes importaciones sobre la economía norteamericana, mientras los adalides del comercio libre han contado con una gran red de propaganda financiada por las élites norteamericanas y las empresas multinacionales.
(...) He utilizado las cifras estimadas en los propios informes económicos de la presidencia de la nación para mostrar que los frutos del aumento de la productividad de Estados Unidos han sido cosechados por la mano de obra extranjera y las multinacionales. Si los sueldos caen bruscamente mientras la población trabaja cada vez más, y con mayor eficiencia, algo falla en el sistema (...).
Cuando la política comercial ha perjudicado a una nación, el proteccionismo por sí solo no basta. Tiene que complementarse con una creciente competencia entre las industrias y empresas locales. De no ser así, las compañías locales simplemente aumentarán sus precios, producirán bienes de calidad inferior y pagarán a sus ejecutivos enormes dividendos. Esto es exactamente lo que hace el proteccionismo monopolista. Pero este libro plantea la necesidad de un proteccionismo competitivo, lo cual significa transformar los monopolios, cuyos productos compiten con los importados, en empresas más pequeñas, mientras se las protege con firmeza de la depredadora competencia extranjera.
En la actualidad, los beneficios del proteccionismo no se limitan al nivel de vida. Pocas personas admiten que el comercio internacional es el peor agente contaminador entre todas las actividades económicas. En realidad, este tipo de comercio consume el doble de la energía utilizada por una producción local equivalente. El comercio exterior causa muchos más estragos al medio ambiente que la industria, la agricultura y los servicios.
Si Estados Unidos estuviera dispuesto a adoptar el proteccionismo competitivo –es decir, a proteger a los monopolios locales de la competencia extranjera mientras los descompone en unidades más reducidas–, estaría en condiciones de resolver casi todos sus problemas económicos en breve plazo. La productividad, los salarios y los ingresos reales se incrementarían, en tanto que el déficit presupuestario y el coste de la energía disminuirían. Del mismo modo, se eliminaría el déficit por comercio exterior, y sobre todo, se mantendría bajo control la contaminación. Todo ellos mediante la simple medida de elevar los aranceles aduaneros de la tasa promedio vigente del 5 por ciento al 40 por ciento (...).

Del capítulo 6 (La experiencia mundial en materia de comercio libre)
México
México es el país vecino de Estados Unidos hacia el sur, tiene una economía notoriamente diferente. Cuenta con recursos naturales, agricultura, yacimientos petrolíferos y minerales, pero su base industrial es muy restringida. La mayor parte de su mano de obra relativamente poco calificada, y durante largo tiempo la nación ha adoptado políticas proteccionistas, mientras su vecino del norte se preocupaba por abrir sus fronteras al comercio exterior.
(...) Durante la década del sesenta, la nación disfrutó de un cierto nivel de estabilidad en los precios, ya que el IPC (Índice de Precios al Consumidor) sólo subió de 1,6 a 2 en nueve años. Pero poco después de 1970, comenzó la inflación, que se aceleró a partir de 1973, el año de la primera escalada en el precio del petróleo. Esto es significativo, ya que México es uno de los principales exportadores de petróleo y sin embargo tuvo que afrontar los desastrosos efectos del repentino aumento en los precios de la energía. A fines de la década del setenta, la inflación creció a un ritmo alarmante. Entre 1975 y 1980, los precios casi se triplicaron, y aumentaron otro mil por ciento en los cinco años siguientes. Esto fue seguido por otro incremento del 800 por ciento entre 1985 y 1988. en 1990 los precios también subieron, esta vez un 265 por ciento en un solo año.
En 1991, el azote de la inflación fue rápidamente controlado, y a comienzos de 1992 había declinado sustancialmente, hasta llegar a un índice anual del 20 por ciento. Es todavía un porcentaje alto para los niveles internacionales, pero es considerablemente bajo teniendo en cuenta los antecedentes mexicanos.
Con la inflación descontrolada de los años setenta y ochenta, todas las otras variables, como los salarios, las exportaciones, las importaciones, el PNB y la inversión, también crecieron a un ritmo acelerado. Lo más sorprendente es que, a pesar de esta situación inestable en la cual los precios subían de una semana a otra, el producto nacional bruto real (o ajustado de acuerdo con la inflación) creció a un ritmo considerable durante la mayor parte de este período. Sin embargo, casi todo este crecimiento sirvió para engrosar la fortuna de los ricos, incrementando la desigualdad.
La economía mexicana es un clásico ejemplo de por qué cifras como el producto interno bruto (PIB), real o per cápita son insuficientes para medir el nivel de vida de un país. (...) Entre 1961 y 1980, la población de México aumentó un 89 por ciento. Sin embargo, su PIB per cápita real casi se duplicó.
El PIB real también da una idea de la productividad total de la nación, e indica que la mano de obra duplicó su eficiencia durante las dos décadas, entre 1961 y 1980. Aun así, después de 1968 los ingresos reales apenas se movieron. En la década del setenta, los salarios reales subieron de 120 a 131, o sea, un escaso 9 por ciento, pese a que los trabajadores se volvieron muy productivos.
En la década del sesenta, el PIB real creció a un ritmo del 7,3 por ciento anual, porcentaje que casi iguala el descomunal crecimiento registrado en Japón. Sin embargo, los salarios reales mexicanos bajaron ligeramente entre 1968 y 1970. El rápido crecimiento de los años sesenta fue simplemente una continuación del iniciado en las décadas anteriores, con una gran diferencia: según el economista mexicano Rogelio Ramírez, entre 1955 y 1970 el salario real mínimo creció a un saludable ritmo del 5,5 por ciento anual. No obstante, todo este crecimiento se produjo antes de 1968, aunque (...) los salarios industriales quedaron casi congelados después de ese año. En este sentido, 1968 puede considerarse como un año memorable en los anales de la historia mexicana, pues si bien la economía continuó creciendo a un buen ritmo, los salarios se estancaron.
Aparentemente, el poder de los sindicatos obreros comenzó a declinar a finales de los años sesenta. Hasta entonces habían logrado generosos aumentos que superaban el crecimiento del PIB per cápita; pero a partir del año decisivo de 1968, los salarios reales se mantuvieron más o menos constantes. En consecuencia, casi no hubo mejora en el nivel de vida general; sólo los ricos hicieron más dinero. Es evidente que el PIB no basta para medir el nivel de vida de una nación.
México consiguió acrecentar su PIB a través de las políticas proteccionistas y de una mayor integración de capitales. Mientras Canadá y Estados Unidos se preocupaban por reducir sus aranceles, México ofrecía una creciente protección a sus industrias. De acuerdo con el punto de vista convencional, esto debería haber generado un crecimiento bajo o negativo en el PIB mexicano. En lugar de eso, produjo lo que algunos denominan un milagro económico.
La influencia de las políticas proteccionistas se prueba en el declinante cociente comercio/PNB, que bajó del 23 por ciento en 1961 al 17 por ciento en 1975. En la jerga económica, México era entonces una economía abierta con un comercio restringido. Sin embargo, la nación creció rápidamente con ayuda de la mayor integración de capitales, mientras la tasa de inversión subió del 15 al 22 por ciento en 1975.
El problema comenzó cuando México entró en contacto con el resto del mundo, especialmente con Estados Unidos, a través del comercio exterior y los préstamos. Durante la década del setenta, el cociente inversión/PNB subió del 18 al 25 por ciento, un salto del 39 por ciento. Esto hizo que el PIB per cápita creciera incluso más veloz que en la década anterior (un 36 por ciento contra un 28 por ciento), lo cual se traduce en un promedio anual del 5,1 por ciento para los años setenta comparado con el 4,8 por ciento de los sesenta. Este impulso se debió a una política del gobierno dirigida a transformar rápidamente un país agrícola en una economía industrial.
Con ese fin, el Estado promovió políticas de apoyo a la industria o proteccionistas. La idea era proteger de la competencia extranjera a las industrias jóvenes del sector privado, mientras se reservaban algunos sectores estratégicos exclusivamente para el Estado. Los ferrocarriles, la electricidad y los petroquímicos, entre otros sectores, quedaron al margen de la participación privada.
La protección quedó garantizada no sólo a través de los altos aranceles de importación, sino además mediante un sistema de concesiones a través del cual sólo se permitía el ingreso de cantidades limitadas de ciertos bienes, principalmente materias primas y maquinaria industrial. Se permitió la inversión extranjera, pero sólo en ciertos sectores, como el de los productos químicos, la electrónica y el transporte.
El gobierno también intentó transformar la agricultura, que había sido una actividad de subsistencia de baja productividad, en un sector mecanizado de alta productividad. En líneas generales, el Estado siguió una política industrial de autodesarrollo a través del proteccionismo y la sustitución de importaciones. Esto se halla en franca contradicción con las políticas adoptadas por Canadá y Estados Unidos.
Al principio los resultados fueron espectaculares. El PIB, los salarios reales, los ingresos per cápita, todo creció a un ritmo acelerado mientras la población se desplazaba cada vez más de la agricultura a la industria. Los frutos del desarrollo también se distribuyeron ampliamente, y todos los que suponían que el proyecto mexicano fracasaría debido a su proteccionismo se llevaron un chasco.
Aun así, después de 1968, la política oficial comenzó a mostrar sus contradicciones. A salvo detrás de las barreras proteccionistas, las industrias locales se tornaron cada vez más monopólicas. En consecuencia, aun cuando los sindicatos todavía ejercieran gran influencia en los monopolios estatales, los salarios generales quedaron estancados, mientras la actividad empresarial continuaba en aumento.
Incapaz de controlar los monopolios y los sindicatos, el gobierno trató de distribuir los frutos del desarrollo aumentando pronunciadamente sus gastos, así como el empleo estatal. Esto sólo sirvió para incrementar el poder de la burocracia, la cual ya había llegado a ser monolítica en su manejo del comercio exterior y la economía. Junto con el creciente déficit presupuestario llegó la excesiva emisión de moneda, lo cual a su vez fomentó la inflación.
Por sí sola, la creciente inflación habría forzado al gobierno a introducir profundas reformas dirigidas a impulsar la competencia entre los productores locales. Al margen del descubrimiento de un enorme yacimiento petrolífero mar adentro, 1977 fue un año de precios internacionales exorbitantes para el crudo. Y fue entonces cuando México abrió su economía a la influencia extranjera, que hasta ese momento se había mantenido bajo control a través de las restricciones impuestas a las importaciones y la inversión extranjera.
El gobierno, sin llegar a implantar una política de comercio libre, comenzó a tomar préstamos en el exterior. Los bancos multinacionales –Citicorp, Chase Manhattan, Bank of America–, colmados de petrodólares, estuvieron sumamente dispuestos a prestar al gobierno mexicano el dinero que necesitaba. Entre 1977 y 1981, México creció como nunca antes. El PIB aumentó cerca de un 38 por ciento durante este período, pero los salarios reales apenas se modificaron. De hecho, el índice de ingresos reales cayó de 140 a 136.
Los préstamos de miles de millones de dólares obtenidos en el extranjero se dilapidaron en proyectos planeados a la ligera que no tuvieron éxito. La nación resurgió con el mayor PIB per cápita de su historia, pero también tuvo que cargar con una deuda externa sin precedentes.
En 1981, el precio internacional del petróleo comenzó a declinar, y la economía mexicana finalmente se derrumbó. Todos los vicios de la creciente desigualdad y de los monopolios, hasta entonces ocultos por los abundantes recursos del país y la riqueza generada por el petróleo, salieron a relucir.
El primer efecto, como ya hemos visto, fue la enorme inflación, seguida de una profunda depresión y de una caída sin precedentes en los ingresos reales, los cuales descendieron año tras año entre 1981 y 1988. Hoy México soporta una increíble desigualdad. El 20 por ciento más pobre de la población recibe sólo el 3 por ciento del ingreso nacional, mientras el 10 por ciento de los más ricos disfrutan de un 41 por ciento.
Desde 1985, México ha modificado en forma sustancial sus políticas. Ha lanzado un experimento limitado de la liberalización del comercio. Consecuentemente, la economía se ha vuelto cada vez más abierta, como lo prueba la creciente participación del comercio en el PNB. De hecho, este porcentaje es el más alto en la historia de la nación. Limitar el poder de los monopolios locales, con o sin el desarrollo del comercio, llevó demasiado tiempo. De hecho, la inflación está ahora bajo control; sin embargo, todavía tiene que frenarse la disminución de los ingresos reales.
En los últimos años México ha atraído a un gran número de compañías norteamericanas, a través de lo que se denomina el programa de la maquiladora. El gobierno ha ofrecido impuestos y aranceles preferenciales a las compañías privadas a cambio de que fabriquen productos en México y los vuelvan a enviar a Estados Unidos.
Las empresas norteamericanas han respondido con gran entusiasmo. En el lado mexicano de la frontera, desde California a Texas, hay en la actualidad una profusión de fábricas pertenecientes a las principales compañías norteamericanas. Al desplazarse hacia México, las empresas no sólo pueden emplear trabajadores por unos centavos de dólar la hora, sino que también pueden eludir las reglamentaciones norteamericanas concernientes al trabajo de los menores, la seguridad y la salud del trabajador, las normas sobre contaminación y, sobre todo, los impuestos. Compañías como Zenith, Xerox, Chrysler, General Motors, Ford, IBM, Rockwell, Samsonite y General Electric, entre otras 1.800 empresas norteamericanas, han instalado sus fábricas al sur del Río Grande.
Las fábricas del programa de la maquiladora han contribuido considerablemente a la estabilización de la economía mexicana, en especial al detener la “caída libre” que comenzó con la disminución del precio del petróleo en 1981. Pero el programa también ha generado la acumulación de basura, la contaminación y el hedor a ambos lados de la frontera.
Lo que la liberalización del comercio generó en Estados Unidos desde 1973, lo han hecho los préstamos ilimitados a México desde 1977. La experiencia del desarrollo mexicano indica que el crecimiento a través de la industrialización proteccionista es muy positivo, hasta que las industrias locales, protegidas por las barreras arancelarias, se vuelven cada vez más monopólicas. Por muy diferentes razones, tanto México como Estados Unidos se han visto debilitados por la influencia extranjera: uno por el comercio libre y el otro por la ilimitada concesión de préstamos en el extranjero.

18 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buen post este eh!, hasta parece que leo un libro de Estructura Socioeconomica de México, saludos!

Anónimo dijo...

Estimado Erat Hora:

Cierta vez acudí a una conferencia que ofreció el Lic. Porfirio Muñoz Ledo, que acá entre nos para mí es una de los políticos más brillantes e inteligentes de este país.

Él comentó que el TLC fue una verdadera porquería, México no estaba preparado para firmar un acuerdo así, pero todo se debió a la terquedad de Salinas de Gortari, que respondiendo a obscuros intereses se empeñó en arrastrarnos al desastre.

Saludos.

El Zórpilo.

pez dijo...

obvio, no leí el chorizo

un día que tenga tiempo, o más bien, ganas

pues a qué te dedicas? para tener tanto tiempo o, ya sé, tienes secretaria

Gerardo de Jesús Monroy dijo...

¡Hola, Pez! Lo que ocurre es que siempre tecleo mis posts desde la noche anterior y así ya en la mañana nomás los subo a la red.

Zórpilo, la verdad es que todavía estamos lejos de notar los alcances que la liberalización del comercio va a tener en nuestra economía. ¿Podemos hacer algo al respecto? Porque tampoco podemos cancelar el TLC así como así. La verdad es que Salinas nos dejó una broncononona. En cuanto a Porfirio, la neta es un chingón, hay que reconocérselo.

León, el problema de Oaxaca es preocupante por muchas razones, principalmente por el riesgo que corren las vidas humanas. También por la amenaza de impedir las elecciones. No sé qué decir. Es algo muy, muy triste.

Kix dijo...

Hola Erathora, pasando a saludar por acá. Te mentiría si te dijera que leí todo el post, pero estaré dándome mis vueltas por acá porque es rarísimo encontrar un pejista que no sea agresivo y que debate realmente con argumentos y no a la primera te tache de fascista o burgués (yo no soy ni lo uno, ni lo otro, simplemente me gusta cuestionarme las cosas). Gracias!

Hilario Peña dijo...

Carnal Erathora, basado en el más puro sentido común, coincido en todo con el autor citado, sin embargo, no será que cuando este vaticina la debacle norteamericana
sea quizá que, a diferencia de otras economías, que se han basado patéticamente en el sector servicios y el comercio, como la nuestra, la economía gringa sigue, y seguirá manteniéndose a flote en parte gracias a que los DUEÑOS y principales manejadores del capital siguen allá, por lo cual aquel país seguirá funcionando como el departamento de finanzas del mundo, donde todo sigue limpiecito, mientras que los países pobres ya sea que hacemos el trabajo sucio en la forma de maquiladoras (en una de las cuales yo laboro diariamente), o ya de plano como chachas que cruzamos, todavía perseguidos, pa irles a limpiar sus escusados y dar servicio en general (gracias Calderón, eres a toda madres), como digo: el trabajo sucio...

Coincido con Zorpilo respecto a Muñoz Ledo, lástima que carece de la imagen de político fresa que ya es requisito en TV azteca.

Gerardo de Jesús Monroy dijo...

¡Gracias, Kix!

Gerardo de Jesús Monroy dijo...

Silla, las industrias gringas están perdiendo muy duro frente a la competencia extranjera; pero los gringos, mínimo, tienen industria. Nosotros, ¿qué tenemos?

Gabriela dijo...

Nosotros nos tenemos a nosotros mismos y me temo que es todo lo que tenemos.

Bah, ni eso... pobrecito Mèxico, dicen. "Tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos".

* * *

Yo tomo chocolate del mejor; chiapaneco, amargo, almendrado y espumoso.

(No, no me taches de presumida; pero leì el post enterito y no argumento por que no sè de cifras)

Gerardo de Jesús Monroy dijo...

¡Me da muchísimo, muchísimo , muchísimo gusto que hayas leído el post, Fosfocito! Te lo agradezco desde el corazón.
Chiapas es como una tierra mítica para mí. Nunca he ido, pero sueño con ir y dejar los ojos en cada rincón de tu tierra. Un saludo hasta allá.

Antonio dijo...

Yo soy de Chiapas, pero me salí en el 88. Voy a veces

Leo tu post en la noche con tiempo, que está algo extenso

Un Abrazo

Mati =) dijo...

Hola,

Gracias por la visita...

Sabes? No leí completo tu post; pero con tu permiso me lo llevo, ya que en este momento no tengo mucho tiempo pero si ganas de leerlo!!

Me parece interesante y considero que no tienes porque dar explicaciones de que haces, a que te dedicas y porqué. Este es tu espacio, que es público si; pero eso se respeta. O, no??

Te dejo un saludo deseando pases buena tarde, seguimos in touch!

**La Bruja** dijo...

Qué bueno es ver la actitud de
-casi- toda la gente que visita tu blog, los siento comprometidos con el país y eso me alienta. :D

Y para los que creen que tienes secre que te escribe los post, les mando un saludable juar juar juar de mi parte.

Pixelymedia dijo...

Estamos en el cierre, aqui hay que hechar todas las energias guardadas a lo largo del trayecto...

A reir con gusto, vamos a ganar!
Arriba el peje por el bien de todos!

LOPEZ OBRADOR PRESIDENTE DE MÉXICO dijo...

Excelente tu post y lo voy a publicar en el mío. Felicitaciones por el trabajo que hiciste

Gerardo de Jesús Monroy dijo...

Antonio, Mati, Babel, Bendito y Diana: ¡Gracias!

Fabricante_de_mentiras dijo...

Vamos por el último estirón. Ambos sabemos que López Obrador va ganar , pero no se sabe lo que pueda pasar. Vamos. La alegría está por llegar.

A todos los que estuvieron en este blog opayando a López Obrador les mando un abrazo y un saludo (también a los contrarios, por qué no?). al igual a ti, Gerardo. Gracias por este espacio.

Anónimo dijo...

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