El 8 de marzo, el escritor Ricardo Yáñez publicó un breve artículo en La Jornada, en su sección “Poesía para llevar”, cuya lectura quiero compartir. Hago la advertencia de que el artículo sólo puede interesar a quien con frecuencia busque leer poesía. Este lector de quien hablo, y a quien le hablo, descubre pronto que las personas que supuestamente gustan de la poesía, en realidad suelen tener baldado tal sentido del gusto; el arte que en realidad ejercitan es el arte del desprecio. No bien les ha sido extendido un nuevo texto, cuando ya están afilando la punta de un lápiz y la orilla de una hoja para delimitar los “errores” del autor con la exactitud que ningún cirujano tiene.
No me queda sino adjetivar como miserable al pobre hombre que se la pase leyendo con la predisposición amarga de no disfrutar de lo que lee. Desalentadoramente, esta actitud miserable es la que priva entre el público. Pienso que se trata de la respuesta forzosa que ha suscitado la actitud opuesta, practicada con tanto cinismo por tantos “creadores”: la de aplaudir prácticamente todo, aun si se trata de trabajos débiles o insignificantes. Si el único beneficio que puede darnos la literatura incide exclusivamente en el espíritu, con el aplauso fácil se conquistan los beneficios que la literatura no da: simpatía, amistades que después abogarán por nosotros para que nuestras “trayectorias profesionales” sean exitosas.
Probablemente es este cinismo a lo que responde la acritud de los juicios de muchos lectores. Pero un desprecio como éste, igualmente fácil, no sirve, tampoco. Perjudica, en primer lugar, a quien lo ejerce: ciega los ojos que alguna vez leyeron poesía y que ahora buscan —estrictamente hablando— no leerla. Sale perjudicada, en segundo lugar, la comunidad de lectores, al formar una atmósfera común adversa —insisto— a la lectura, a la verdadera lectura, que debería emprenderse desde un estado anímico y espiritual donde nuestras potencias o fuerzas invisibles “ronden la puerta”, por decirlo así; quiero decir: deseen ser liberadas por la llegada de poesía. El último perjudicado es el receptor del desprecio, un escritor que buscaba un lector y no pudo tenerlo.
No quiero que el lector acoja con el mismo entusiasmo a la obra de arte auténtica y al fraude, a la verdad artística que a la mentira ofensiva. Pero la peor manera de aproximarse a la poesía es hacerlo desde la predisposición al desprecio.
Este asunto da para más. No puedo agotarlo en tan sólo estos párrafos. Espero volver a él. Por lo pronto, transcribo el artículo de Ricardo Yáñez, que pueden leer también en su lugar de aparición original, http://www.jornada.unam.mx/2006/03/08/a06o1cul.php.
SIN VOZ
Ricardo Yáñez
Poesía que no te hace vivir poesía, ¿qué poesía será?
Y sin embargo he visto y vuelto a ver a lectores que leen para calificar poemas, no para sentir poesía.
Ya hace muchos años, 20 o más, dije en Guadalajara que el primer criterio para saber si un poema era bueno o no es el gusto, la (no usé, cierto, la palabra) degustación. El segundo la crítica. Pero el segundo.
Nadie me hizo caso.
Estoy, por cierto, acostumbrado a que si no nadie por lo menos poca gente me haga caso (a los políticos hasta los que no les hacemos caso les hacemos mucho caso, ¿no es verdad?). A los poetas (y perdón por invadir el gremio) poco caso se nos hace.
Pero quien caso nos hace, nos hace más que algún caso.
Bueno, mucho bordar en el vacío.
¿Por qué ese poco, o cómo, se vuelve mucho, e incide —porque incide, de eso no me queda la menor duda— en la realidad?
Porque lo que se siente tiende a ser incuestionable, y lo que en verdad se siente (sea esto lo que sea) en verdad lo es.
Y aquí regresamos: leer poesía para no dejarse invadir por la mala o regular o no poesía de los poemas no me parece la mejor de las actitudes. Es como proponerse no lector de novelas y pasarse la vida leyéndolas. Como. No dije que lo mismo. Pero vayamos a otra cosa.
Escribir poesía para convencer de que se es poeta, y para convencer sobre todo a los timoratos del sentir, a los que se ponen guantes, tapabocas, bata, antes de tratar con la poesía, y luego califican, tampoco me parece actitud acertada. Y de que los hay los hay —como hay concursos, premios, becas, filtros para la publicación, etcétera.
Conciencia de la forma —juguemos, sin mentir, con las palabras— no es conciencia de las formas. En arte la corrección política no existe. En el mundillo artístico, o si se quiere en la política cultural o en la sociedad de la cultura, por supuesto. Pero cambiar lentejas por progenitura ya se sabe que no es recomendable.
Y vaya si hay lentejas en el medio captando e intentando cooptar progenituras.
¿Y por qué escribo esto?
No lavo mucho los trastes, pero cuando los lavo me sorprendo cantando siempre. Y muy difícilmente me pregunto, ¿por qué es que canto esto?, o peor: ¿por qué es que canto?
No dudo que debiera preguntarlo, alguna vez, no siempre.
Ésta será una de esas algunas veces en que comprendo que es necesario contestar.
Escribo esto porque he leído una antología de poesía peruana, Poesía viva de Perú se llama, que no me deja hablar. La hicieron Raúl Bañuelos y Dante Medina, la publicó la Universidad de Guadalajara, incluye poco menos de 150 poetas, pesa bastante, y cada vez que la abro me lleva no sé a dónde, ¿a la poesía? A un interregno situado entre la tierra y el cielo, que siendo cielo es tierra, y siendo tierra es cielo. Y se hace de palabras. Y nos vuelve el sentido de la palabra misma. Ya hablaremos, si me deja, más de esto. Mientras, como diría mi madre, un probete, de Lolo Palza Valdivia:
''Yo era el inolvidable/ pero claro está/ que ahora nadie lo recuerda...''
martes, mayo 02, 2006
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2 comentarios:
Todo se debe a que el pueblo está tan desacostumbrado a leer que cuando les enseñan cualquier refrán ya le ponen: Poesía del año.
Del cielo cayó un pañuelo...
hey que onda... no la pagina del sendero del peje la hace el compita victor hernandez junto con un grupo de colaboradores... saludos, si te interesa intercambiar links, avisa.
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