Enrique Calderón A.
La Jornada
28 de abril de 2007
Desde finales del siglo XIX se conoció la importancia de las empresas pequeñas en la generación de empleos y en el desarrollo de la economía en diversas naciones. De hecho, todas las grandes empresas actuales de esos países tienen su origen en alguna empresa pequeña, quizás desconocida, establecida muchas décadas atrás con sacrificios y una visión de futuro, que desafortunadamente no forma parte de la memoria histórica de los mexicanos.
Hace tres años tuve la oportunidad de hacer un viaje a Vancouver y conocer en el pueblo de Everett, en el estado de Washington, la planta donde la empresa Boeing fabrica sus más grandes aviones de pasajeros, el B747, el B767 y el B777. Las instalaciones son realmente impresionantes, con sus líneas de ensamble de varios kilómetros, observables desde grandes terrazas distribuidas en un nivel superior. Algo que me llamó la atención al visitar un pequeño museo anexo a la planta fue una leyenda que decía más o menos así: "Nosotros buscamos y nos apoyamos en pequeñas empresas como proveedores. En ellas hallamos calidad, vocación de innovación y pasión por el trabajo. Nos identificamos con ellas porque así empezamos nosotros". La Boeing inició sus operaciones como un taller de carpintería y herrajes que fabricaba carretas. En 1912 dos funcionarios del Servicio Postal estadunidense les encargaron la fabricación de tres pequeños aviones que sirvieran para transportar el correo de Seattle a Portland y a otros pueblos cercanos. Así comenzó su historia.
En mi artículo anterior comenté una anécdota contrastante, originada en una empresa mexicana de gran capacidad económica, Liverpool, cuya estrategia de crecimiento radica en eliminar a sus proveedores pequeños para simplificarse la vida e incrementar sus utilidades. Seguramente la empresa está interesada en ofrecer productos de calidad, pero su estrategia central es sólo hacer negocios con empresas grandes.
Desafortunadamente no es un caso aislado; desde hace tiempo la empresa Sanborn's mantiene una política parecida en su área de libros y revistas, y seguramente en sus otros departamentos comerciales, indicando claramente las líneas estratégicas del grupo Carso. Más dramático aún, por no decir grotesco, es el caso de los bancos, que con grandes ganancias operan en nuestro país, y que gastan enormes fortunas para crear una imagen de apoyo a las empresas pequeñas, apoyo que en la realidad es prácticamente nulo, por sus limitaciones y por los requerimientos que ponen a las compañía para obtener créditos.
Por historias que conozco de otros países, las empresas pequeñas, y muy especialmente aquellas que realizan actividades tecnológicas o intelectuales (como firmas de ingeniería, consultoría, diseño, asesoría financiera, comercial y jurídica), son receptores importantes de los créditos locales, por sus potencialidades de crecimiento. El contraste con lo que sucede en nuestro país es brutal.
Quizás el caso más lamentable es el de los organismos de gobierno federales y estatales, que si bien no excluyen formalmente a las empresas pequeñas de nuestro país de sus listas de proveedores, en la realidad las eliminan mediante el establecimiento de requisitos financieros que sólo aquellas con muchos recursos pueden cumplir. En la mayor parte de los países desarrollados económicamente, las prácticas establecidas son precisamente las opuestas. Las instituciones de gobierno están obligadas por ley a canalizar entre 18 y 25 por ciento de sus compras de bienes y servicios a empresas locales (nacionales) con menos de 20 trabajadores. Los resultados saltan a la vista.
En el periodo de Vicente Fox se habló mucho de las pequeñas y medianas empresas (Pymes), término que por sí mismo refleja su gusto por lo estadunidense, en la forma al menos, aunque ignoran su contenido. Se gastó dinero a manos llenas para dar una imagen de interés por el tema, pero en la realidad las cosas que hizo el gobierno fueron tan superficiales e inútiles como lo que sucedió en otros campos. La permisividad que se mantuvo hacia la economía informal y la piratería da cuenta de su nivel de compromiso.
Sería agradable y esperanzador ver al gobierno actual trabajar por cambiar algunas de las prácticas perversas y demagógicas señaladas en este artículo, para lo cual quizás sea suficiente un poco de voluntad política, de visión y de imaginación. El florecimiento de empresas pequeñas sería lo mejor que le pudiera suceder a nuestro país y a su economía.