AMLO: Discurso desgastado
Carlos Acosta
Proceso
30 de marzo de 2007
México, D.F., 29 de marzo (apro).- Asistí a casi todas las grandes concentraciones en el Zócalo convocadas por Andrés Manuel López Obrador durante el periodo poselectoral. Fui partícipe de la vitalidad, la entrega, la convicción, la enjundia de todos los asistentes. La autoridad moral del líder no estaba en duda. Todos compartíamos el sentimiento de haber sido despojados, atracados una vez más. El rechazo oficial al recuento de sufragios, al “voto por voto, casilla por casilla”, unió almas, mentes, espíritus y aun presencia física, en repudio a la solución final de la contienda electoral.
No pude asistir el domingo pasado a la segunda asamblea de la llamada Convención Nacional Democrática. Supe por los medios, y por colegas que allí estuvieron, que el Zócalo estuvo lejos de llenarse como en aquellas históricas jornadas. Aunque, me dicen, el entusiasmo de la gente no mengua. Sin embargo, empieza a preocuparme el discurso de López Obrador. Me parece que se quedó estancado en el ánimo de aquellos días aciagos. Pero ya no estamos ni en campaña ni en las jornadas contra el fraude electoral. Qué bien que no se pierda la energía. Es correcto eso que dijo de no retirarse y dejar tirado el movimiento, de no caer en el inmovilismo y de dar continuidad a la lucha. Pero creo que las armas de ésta deben ser distintas y –ante un gobierno, nos guste o no, ya constituido-- muy superiores a las de la arenga, la descalificación y la protesta por la protesta.
Digo esto porque, al leer el discurso que pronunció el domingo, no dejé de sorprenderme por la falta de rigor en la información económica que manejó, por la oposición simple que reveló, por la persistente búsqueda de un efecto mediático sin más propósito que el aplauso masivo, pero sin destino claro y ausente de razón… y por alguna que otra mentirilla que soltó. En fin, en mucho me decepcionó el discurso de López Obrador del domingo pasado.
Dijo, por ejemplo, que “el gabinete del gobierno legítimo confrontó el presupuesto público de este año, presentado por la derecha, que reducía los recursos a la educación, la cultura, la salud y al gasto social. Se elaboró una propuesta alternativa y, de esta manera, los diputados del Frente Amplio Progresista lograron más presupuesto para el bienestar social y, entre otras cosas, que se destinaran 6 mil millones de pesos a pensiones alimentarias para adultos mayores de zonas rurales marginadas”.
Falso. El “gabinete legítimo” nada tuvo que ver con la batalla exitosa, sobre todo del PRD, en torno del Presupuesto de Egresos y la Ley de Ingresos para 2007. La “propuesta alternativa” que presentaron ni siquiera fue tomada en cuenta, por inconsistente y carente de rigor –dicho así por los asesores del propio partido--, por los legisladores del Frente. Es más, los periodistas que estuvimos cerca del arduo proceso de negociación entre las bancadas –del PRD y aun del PRI-- y la Secretaría de Hacienda, fuimos testigos del desdén del que fueron objeto los miembros del “gabinete legítimo” por parte de sus correligionarios en las cámaras. Convidados de piedra, los legítimos en nada participaron en los logros obtenidos. Simplemente, no les hacían caso. En las discusiones técnicas ni aparecieron. A las encerronas privadas con los funcionarios de Hacienda, ni siquiera fueron invitados.
Otra. Cuando López Obrador habla sobre los difíciles días de enero por la crisis de la tortilla, dice: “Para hacer frente a esta escalada de precios, participamos el 31 de enero en una manifestación de protesta y demandamos un aumento salarial de emergencia, subsidio a la tortilla y la aprobación de precios de garantía en beneficio de los productores del campo.”
En efecto, hubo participación del llamado “presidente legítimo”, pero para nadie fue un secreto que más bien se montó oportunistamente en esa manifestación; que los convocantes –la UNT y las principales organizaciones campesinas-- entraron en conflicto con el Frente Amplio, pues éste quería que AMLO la encabezara y, aun, protagonizara el mitin en el Zócalo. No los dejaron. Ni López Obrador encabezó la mega marcha contra el alza en los precios de los productos básicos ni pudo ser orador principal en el mitin. Pudo hablar hasta el final, ya cuando todo mundo se retiraba.
No le veo sentido incurrir en declaraciones falsas ni en adjudicarse logros de otros. López Obrador tiene madera para más. Pero en el engaño pierde.
Me alargaría señalar toda la lista de verdades a medias o falsedades llanas. Pero no puedo dejar de abordar lo que más me inquietó. Cuando habló –y lo hizo de manera extensa-- de las cuestiones fiscales, incurrió en el denuesto simple, en el descalificativo sin argumento. Porque lo digo yo así es, fue el mensaje. Dijo: “Se ha llegado al extremo que, por ejemplo, Cemex, que tiene un margen de utilidad de 40 por ciento, sólo pagó 2.3 por ciento de impuestos sobre sus ventas en 2004; Telmex, con un margen operativo de utilidades de 50 por ciento, pagó de impuestos 8.9 por ciento; Kimberly Clark, 6.3; América Móvil o Telcel, 6.6; Femsa, es decir, la Coca-Cola, 2.1; Bimbo, 1.7; Grupo Alfa, 2.3; Grupo Carso, 2.7; IMMSA, 2.4; Grupo Maseca, 1.3, y Wal-Mart, 2.4 por ciento. Y todo esto sin considerar que las negociaciones multimillonarias que se hacen en la Bolsa Mexicana de Valores están exentas de impuestos. En contraste, un trabajador o un integrante de la clase media paga de 15 a 28 por ciento de impuesto sobre la renta, según sus ingresos.”
Cualquiera que haya escuchado o leído eso, diría: pinches empresas y empresarios, cerdos, explotadores, privilegiados, hijos de su… Ese efecto era el que se buscaba. Y me imagino que el aplauso fue unánime. Pero independientemente de lo mucho, muchísimo, que se les pueda criticar a las empresas y al gobierno que las protege, los números de López Obrador no resisten el mínimo análisis. Son falsos. O revelan una inquietante ignorancia o los expresó así sólo para buscar un efecto mediático, de repudio. El caso es que no puede expresarse el pago de impuestos como proporción de las ventas. El impuesto es sobre las utilidades. No por nada el ISR es “Impuesto sobre la Renta”. Cuando miré los números me alarmé. Yo también estuve tentado a decir: hijas de la chingada, cómo se joden al fisco, cómo explotan. Pero, periodista al fin, me di a la tarea de revisar los estados financieros de algunas de esas grandes empresas. Cualquiera lo puede hacer. Son documentos públicos. En la página web de la Bolsa Mexicana de Valores vienen todos. O en internet se pueden encontrar los informes anuales.
Sólo menciono uno, para no alargarme y para que no se me acuse de ser pro empresarial, que estoy muy lejos de serlo. Pero resulta que al analizar los “estados consolidados de resultados” de Bimbo para 2004 y 2005, me encuentro que en el primer año la empresa pagó 900 millones de pesos de Impuesto sobre la Renta, equivalentes a casi 27% de sus utilidades, que fueron de 3,360 millones. Dentro de la ley. En el segundo año, pagó 1,468 millones de pesos por ISR, el 31.2% de sus utilidades, que fueron de 4,697 millones. Dentro de la ley. Si el pago de impuestos se hace contra las ventas totales, por supuesto que resulta un pago mínimo, pero no es correcto hacerlo así. Hasta el más pequeño de los empresarios sería enemigo de la patria.
Insisto: es mucho lo que se puede decir de las empresas, de sus privilegios, de las mil formas que tienen de eludir al fisco, de las ventajas que sacan de sus relaciones con el poder político, de las miserables condiciones laborales que imponen a sus trabajadores, de los bajísimos salarios, de mucho más. Pero no es correcto dar cifras que no se apegan a la realidad y sólo buscan un efecto político de repudio.
Reitero: López Obrador debe enderezar su marcha, con armas distintas, con más rigor, con más análisis, anteponiendo la razón a la arenga. Tiene madera. Lo puede hacer. Quizá le falten asesores.
Comentarios: cgacosta@proceso.com.mx
miércoles, abril 04, 2007
Crítica de Carlos Acosta al Gobierno legítimo
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